Viaje Myanmar - Birmania 2004 | Fotografias | Mapa Ruta | Relatos --  Viaje Myanmar - Birmania 2004 | Fotografias | Mapa Ruta | Relatos

Myanmar 2004

Los relatos - Stories

Date: Mon, 12 Nov 2004 08:16:07

From: CUENCA CANDEL Norberto

To: many_people

Subject: Myanmar

 

Está visto que no voy a sentarme nunca a escribir de Pekín. Lo llevo intentando desde que volví de Mongolia pero no hay forma. Parece ser que lo único que voy a ser capaz de contar, y con retraso, son mis escasas vacaciones, en este caso, a Birmania.

Para centrar ideas, Birmania es uno de los países más cerrados del mundo. Está aislado políticamente y es de los más pobres de la zona. El gobierno es una junta militar siniestra que gobierna al más puro estilo absolutista quedándoselo todo para ellos y dejando nada para el pueblo. El país es rico en muchos recursos pero todo va a parar a manos del ejército y los generales. La corrupción es omnipresente. A muchas zonas de la Birmania profunda está prohibido ir porque todavía hay conflictos con grupos de oposición y grupos independentistas.

La consecuencia es que llegar Birmania no es fácil, ni siquiera viviendo en China. Desde Pekín tuve que volar a Kunming en Yunnan, hacer noche y luego coger un autobús con alas, en el que era el único guiri, para volar a Mandalay.

El último tramo tenía que haber sido espectacular, sobrevolando montañas y junglas espesas. No hubo suerte, todo estaba cubierto de nubes. Al empezar a bajar en Mandalay la cosa se explicó. Hacía una semana que estaba diluviando en la zona. Desde el avión, todo lo que se veía era agua, templos en medio del campo, alguna casa, más agua y la pista de aterrizaje. Dios! que suerte tengo con el tiempo!!

Aterrizamos. Ya no llovía. Aeropuerto minúsculo y desierto. Control de visados...

Yo andaba con miedo porque mi pasaporte caduca en diciembre y en teoría me dieron el visado por enchufe. Nada, todo OK. Un control de inmigración relajado, hasta sonreían, claro que, mucho trabajo no tienen. La consecuencia de llegar a un aeropuerto de tercera es que lo único que lleva y trae a la ciudad son taxis. Los Toyota Corola importados de cuarta mano de Japón resultaron ser el taxi oficial por todo el país. Casi todos los vehículos son japoneses y de segunda a octava manos, con el volante a la izquierda en un país donde se conduce por la derecha! A lo que iba: el taxi. Después de un año en China sufriendo sistemáticas enculadas de taxistas hijosdeputa (bueno, y de todo genero gentes) al salir de la terminal estaba a la defensiva y con el hacha en alto. En Pekín, con mi cara de guiri, nada más poner el pie fuera me habría rodeado una melé de chinos gritándome "TAXI!!!, TAXI!!!" y peleándose entre ellos por engañarme. Aquí no. Había un banco de lleno de chóferes tranquilos y sonrientes, con un cuaderno donde tenían apuntado a quien le tocaba y con un precio fijo razonable que no se podía discutir.

Yo, todavía en la onda china, estuve un rato luchando, intentando encontrar un inexistente bus. Ellos me esperaban tan panchos sabiendo que iban a ganar.

Una vez dejada atrás la "modernidad" de la terminal empezaba la verdadera Birmania. La carretera hacia Mandaly era lo único que no estaba debajo del agua por la zona. Los campos, las casas, los árboles estaban medio hundidos, pero la gente no parecía especialmente preocupada. Iban y venían andando, en bici, en carretas de bueyes... en todo menos en coche. Todo es muy distinto: las casas, los colores, la vegetación, la gente... En Birmania todo el mundo, hombres y mujeres, van vestidos con una especie de pareo y muchos llevan unas rayas de indio sioux amarillas por la cara. Luego me contaron que es una pasta hecha con polvo de madera y que sirve de protector solar y de crema para el cutis a la vez. ¡!

Después de un buen rato en coche sorprendiéndome a cada metro entramos en la ciudad. La mayor parte de Mandalay es bastante cochambrosa y tirando a fea. No es espectacular a primera vista pero tiene mucho encanto. El centro es una mezcla de edificios coloniales decrépitos, edificios birmanos viejos, edificios feos sin más y templos, muchos templos. Mi hostal resulto estar en una calleja estrecha de un barrio viejo, justo al lado de un gran monasterio y en frente de un mercado. Los alrededores estaban llenos de tiendecillas y gente pululando. Como la electricidad viene y va unas 100 veces al día, todos los hoteles y muchos comercios tienen generadores de gasolina, que no son precisamente de última generación y meten un ruido del demonio. Vamos, como para echar una siesta con la ventana abierta.

Lo primero que hice en cuanto me instalé fue buscarme una bici y irme a dar vueltas. Al cabo de nada me tropecé con el primer templo de barrio, nada espectacular, pero me metí a cotillear...

Cuando llevaba andados 10 metros un señor me vino a decir que me descalzase, que no se podía andar con zapatos en el templo. Ok, lo que usted diga, pero con el suelo de tierra es una cerdada. Después de ver unos cuantos budas, elefantes, estupas y demás, me encaró otro señor. Al principio no lo entendía y, todavía con mi mentalidad china, pensé: o que no he pagado el ticket, o que tengo que echarle pasta a algún buda, o que si quiero que me enseñen algo especial tengo que pagar. De nuevo error. Igual era hora de empezar a bajar las defensas y cambiar de mentalidad.

El buen abuelete me estaba invitando a sentarme dentro a tomar un té con el y otros abueletes. Al parecer los templos en Birmania hacen las veces de "hogar del jubilado" y se puede comer, tomar te, fumar, charlar.... Otra buena costumbre de muchos birmanos es la de ser capaces de hablar un inglés decente y eso hace todo más fácil. El señor, tan majo el, solo quería charlar un rato, preguntarme por mi país, por mi vida ... y con el sol que estaba pegando, pues tan ricamente a la sombra!. Cuando me había metido 4 tazas me fui a seguir ruta. Mi idea era llegar a la "colina de Mandalay" antes de la noche. Como cambio de rumbo en cuanto algo me llama la atención, acabe dando vueltas media tarde.

Al final llegué a la colina por un lateral en vez de por la puerta principal y me encontré con una especie de jardín con monjes. Nada más entrar me llama otro señor con su hábito de monje. Qué querrá?. Misma historia: que me sentase un rato allí. El señor era el "vigilante de la bomba del pozo". Resulto que me había metido en un centro de meditación budista y él, al parecer, meditaba al lado del pozo. El señor había sido chofer pero se había cansado y se había retirado allí a seguir las enseñanzas de un maestro famoso. ¿Se puede ver el centro de meditación? ¿Se puede ver al maestro? Hombre! pues claro!. Y allá que nos fuimos, a dar vueltas con los monjes. Al cabo de un rato de cháchara, cometí la imprudencia de sacar la cámara y la lié. No dejaron de salir monjes de todas partes para que les hiciese una foto hasta que se me acabó el carrete. Al final decliné su invitación a meditar con ellos y me fui a escalar la colina.

Visto desde la perspectiva española, que la gente te hable no debe parecer nada del otro mundo. Vivir en China hace que sea distinto. Después de una temporada aquí, se agradece mucho que te miren como una persona, no como a un marciano, que se interesen por cómo es tu vida en comparación con la suya, no sobre si sabes coger los palillos y sobre todo, que no busquen dinero sino satisfacer su curiosidad. Después de unas horas de contacto con los birmanos estaba encantado.

La colina de Mandalay es toda ella un templo. Eso implica que desde el primer puñetero escalón en la puerta de la calle hasta la cima hay que andar descalzo - más de media hora. Existiendo ese tipo de reglas, cabría esperar que todo estuviese como una patena, pero no. Más bien al contrario, todo esta tirando a cerdo. Para colmo, la colina (y el resto de los templos del país) está plagada de perros abandonados que cagan libremente. Les dan de comer los monjes con lo que les sobra de la caridad, que no debe ser poco. Tengo la teoría de que deben pensar que lo mismo son la reencarnación de algún colega monje que se paso de golfete, no llego al nirvana y se quedó en perro. Sea como sea, el caso es que si te descuidas mirando una estupa, te puedes acabar tropezando con un señor zurullo con los pies desnudos.

La subida a la colina es bonita, pero en todos los arreglos que han hecho se les hay ido la mano con el kistch: la imaginería religiosa con azulejos de baño y los budas dorados con auras de pilotitos parpadeantes no ayuda a crear una atmósfera espiritual. Desde arriba, por lo menos, hay una vista impresionante de toda la ciudad.

Allí, en lo alto de la colina, me tropecé con el primero (de muchos) caso de estudiante de inglés en busca de víctima. De nuevo en esto los birmanos son infinitamente más sutiles y majos que los chinos. En vez de venir y pegarte la brasa directamente, te cuentan toda la verdad: "buenas tardes, estoy estudiando ingles y vengo aquí porque se que hay guiris y puedo practicar. Si no te importa podemos hablar un rato. Yo se muchas cosas de este sitio y te puedo contar. " Por supuesto gratis. Con toda esa franqueza y después de un día entero sin poder comentar la jugada con nadie, hasta se agradece pegar la hebra con el chaval en cuestión hasta que te cansas, se lo dices, te da las gracias y te deja en paz.

Al bajar de la colina ya era casi de noche y me fui para el hostal. Por el camino me di cuenta de que independientemente de que la electricidad se fuera o viniese, las calles están a oscuras 100%. Vamos que el alumbrado brilla por su ausencia. Rodar por esas calles llenas de cráteres y lagunas es todo un placer.

Cuando por fin pude salir a cenar descubrí que los horarios en Birmania también son un mundo a parte. A eso de las 5 las tiendas cierran, a las 6 se hace de noche, a las 7 Los birmanos ya han acabado de cenar y al rato han cerrado hasta los restaurantes. En Birmania no se bebe (por tradición), no existen los bares y la cerveza es una novedad. Si a eso le sumas que no hay luz en la calle, ni gente ni casi trafico, tienes un planazo a partir de las 8. La situación me parecía surrealista. Cómo podía la segunda ciudad más grande del país estar 100% parada a las 8? Hasta en Camboya había encontrado bares y garitos para guiris! Al final me toco aceptarlo y meterme en lo único que había: un restaurante Chino donde me tome una triste y cara lata de cerveza. Birmania, a diferencia de Camboya, es una país cerrado: no hay empresas extranjeras, ni embajadas extranjeras, ni casi turistas extranjeros. La vida sigue básicamente al ritmo del país sin influencia de nadie. Eso es un punto de autenticidad a su favor, pero no tener más remedio que irme a dormir a las 9 me supera. Creo que no me había acostado antes de las 12 de la noche desde que estaba en 5 de EGB!.

Me podría haber pasado una semana dando vueltas por Mandalay viajando al ritmo que me gusta, pero ya no soy estudiante. Nueve días son muy poco para un país casi tan grande como España donde, además, todo se mueve muy despacio.

El segundo día decidí ir a un pueblo en las montañas a un par de horas de Mandalay. Pin Uu Lin era el sitio donde se iban los colonos inglese a escaparse del calor cuando apretaba de verdad. Como este año el parámetro limitante es el tiempo y no la pasta, decidí ir en taxi compartido.

Teóricamente, la de Pin Uu Lin es "la mejor carretera del país". Eso me hizo pensar como iban a ser las siguientes!!. Aunque ya había tenido una primera buena impresión en bici, me sorprendió gratamente la conducción de los birmanos. En China, las normas de trafico son del estilo: "¿para qué voy a esperarme a que pasen si puedo meterme y hacer que los demás se paren?" o "¿por qué esperar para adelantar si los que vienen de frente se pueden echar a la cuneta?" o "cuidadín, que mi coche pesa más!" .En comparación esto era el paraíso. Nadie intentaba abusar de nadie! Estábamos respetando a los carros, a las bicis, a los otros coches. Increíble! Y yo, cada vez más encantado con los birmanos. En el camino a Pin Uu Lin, además de lo bueno, empecé a ver algo de lo malo. Debimos pasar 10 guarniciones del ejército, todas con aspecto chungo. Nos pararon en un par de controles de carretera a pedirnos los papeles. El chofer tuvo que pagar no menos de 10 peajes en los que el dinero iba al bolsillo del tío sin más recibo ni más nada.

De Pin Uu Lin yo esperaba un pueblo colonial en la montaña con casas de madera y un aire antiguo. De eso encontré, pero también muchas casas feas. Quizá lo más gracioso del sitio sean las calesas de caballos que, a falta de nada más moderno, seguían funcionando como taxis. La atracción del lugar, a parte de las mansiones de los antiguos ricos, es un jardín botánico enorme que además tiene un cacho de selva tropical. Teniendo en cuenta que la han arrasado casi toda no es una mala opción para ver árboles realmente grandes. Después de todo el día andando, al salir del jardín estaba muerto. Debía saltar a la vista porque me paro un coche lleno de gente y me llevaron. Era toda una familia volviendo a casa después de pasar el día en el jardín. El padre resulto ser un ex-predicador evangelista que había dejado los hábitos para hacerse taxista; al revés que el meditador del pozo! Había estudiado en una misión de los británicos y hablaba inglés mejor que yo. Me invitaron a tomar algo en su casa y me ofrecieron volver a Madalay al día siguiente con ellos. Como allí hacia fresquito y se me había hecho tarde aproveché y pase la noche tapadito con mantita en Pin Uu Lin. En el viaje de vuelta íbamos, la suegra, la hija, su marido el predicador y yo. Aproveché para preguntar mil cosas del país, de la gente, del gobierno, de los británicos, de los vecinos chinos.... Al llegar a Mandalay, la chica, que estaba preñada, quería ir a un templo y hacer unas ofrendas a un buda. Como yo no tenía prisa los acompañe y de paso vi todo el tinglado. El buda en cuestión debía ser muy popular y había perdido la forma de tanto pegarle pan de oro por encima. Después del templo, como ya era casi de la familia, los acompañe a la estación a coger el tren. Debíamos dar una estampa divertida andando por el andén: un guiri que les sacaba dos cabezas ayudando a los birmanos a llevar las maletas.

Después de mucho dudar me compré un billete de bus para esa noche para el lago INLE y me fuy a disfrutar de mis ultimas horas dando vueltas en Mandalay. En el resto del día, sin comerlo ni beberlo, acabé pegando la hebra con un tendero, con otro estudiante de ingles, con una pareja de monjes... y cada uno me llevo a ver algo distinto. En Birmania es difícil quedarse solo!

Como bien me habían avisado, el resto de las carreteras de Birmania son peores que la de Pin Uu Lin. El autobús (un cuarta mano japonés) no era precisamente el lugar donde soñaba pasar la noche. Para colmo, la lógica de horarios birmana también aplica al bus. A las 6 se para a cenar, a las 7 es hora de apagar todo y dormir y las 3 de la madrugada....Ala! A desayunar! Justo cuando yo empezaba a dormir a gusto decidieron que ya era un nuevo día y metieron la música y las luces!. Además, en vez de hacer que el bus circule de 8 de la noche a 8 de la mañana, con su lógica, llegas a destino a las 4 de la madrugada, en plena noche y muriéndote de sueño. Así, hecho un trapo, aterricé yo en el lago Inle.

Las primeras noticias vinieron del taxista que estaba esperando en la carretera y no eran especialmente buenas: Por culpa de las lluvias medio pueblo esta inundado y por tanto la mitad de los hoteles que vienen en tu guía están cerrados. En resumidas cuentas quedaban 4 sitios donde meterse y para llegar había que dar un rodeo del copón porque la carretera también estaba sumergida. Al final acabe en el hostal del gitano (literalmente "The

gipsy") donde -primera ventaja de esos horarios de locos- no me cobraron la noche porque, aunque eran las 5, ya era el día siguiente!

Me desperté con unos ruidos de motor raros, tipo chop, chop, chop, chop. Al abrir la cortina vi que mi ventana daba justo al canal que conecta el pueblo con el lago. Había un tráfico de botes importante. Después de hacer algunas averiguaciones me informaron que para ver bien el lago había que dedicarle un día. Como no había madrugado precisamente, decidí dejarlo para el día siguiente y dedicar la tarde a dar vueltas en bici.

La mitad de las calles estaban inundadas pero como a los locales no parecía suponerles un problema yo me sume al tráfico acuático. Con el calor que hacía lo de andar dando pedales bajo el agua hasta se agradecía. La gente de ese sitio se tomaba la inundación con bastante filosofía: había críos nadando en la calle, familias flotando al sol delante de la casa, gente "lavándose" en el jardín, hileras de monjes remangados hasta las rodillas en su procesión diaria para pedir comida de puerta en puerta....La vida de siempre pero en remojo.

Los botes que circulan por el lago se llaman "long tail boats" y son largos de verdad. Deben medir 12 o 15 metros de largo pero solo uno de ancho. Son como una canoa gigante con motor. Por delante de mi ventana no paraban de pasar cargados con mucha gente, con mucha tierra, con muchiiiiisimos tomates... Parecía milagroso que no se hundiesen. Alquilar uno para todo el día con su capitán y todo solo costaba 4 euros y como estaba especialmente asocial decidí que la excursión del lago la hacía solo.

El Lago Inle está en un valle bastante bonito. Es muy grande, debe medir unos 20 km de largo y dentro, en medio del agua, hay un montón de gente viviendo en pueblos construidos sobre pilotes. Hay casas sobre pilotes, templos sobre pilotes, escuelas sobre pilotes y gente de aquí para allá en botecillos de tamaño de una tabla de surf que flotan desafiando el principio de Arquímedes. La gente lo hace todo manteniendo el equilibrio en el borde: comprar, lavar la ropa, moverse de un lado a otro. También son flotantes los campos. La mitad del lago esta cubierto de hileras de plantas que no tocan el fondo: encima de un par de bambús gordos ponen la tierra de cultivo y ahí plantan. De esos huertos salen las toneladas de tomate que pasaban por delante de mi hostal.

Es muy cachondo ver como la gente es capaz de hacer flotando todo lo que nosotros hacemos con las piernas: unos niños persiguiéndose unos a otros por los canales, unas señoras charlando en la puerta de casa cada una en su botecito, un señor recorriendo el huerto a remo. Lo más impresionante es que esta gente ha desarrollado una técnica de propulsión única que consiste en remar de pie empujando el remo con una pierna aguantándose con la otra. Es de risa. Por supuesto yo estaba bastante lejos de ser el primer guiri que pasaba por allí y dentro del lago ya tenían montadas unas cuantas trampas para turistas. Mi piloto, naturalmente, tenía intención de llevarme de una a otra, pero después de la segunda cambiamos el rumbo y nos fuimos simplemente a dar vueltas por los pueblos.

Al cabo de un rato las nubecillas se convirtieron en nubarrones y empezó a diluviar, esta visto que no soy precisamente afortunado con el clima. Como me había llovido todos los días llevaba un chubasquero, pero eso, en medio de un lago en un bote a toda leche es como si nada. Al final tuvimos que recurrir a algunas trampas de turistas más para resguardarnos mientras duró el chaparrón.

El bote donde iba yo era normal (deben caber unas 20 personas) y creo que tenía un aspecto bastante absurdo sentado en el medio solo y mojado. De vez en cuando nos cruzábamos con otro barco con seis o siete guiris cincuentones en sus sillitas, con sus salvavidas puestos y su paraguas en ristre y me miraban raro.

Después de Inle había decidido ir a Kalaw, un sitio no especialmente famoso. Lo "lógico" era no irme de Birmania sin ver los templos abandonados de Bagan o tomar el sol en las playas del sur, pero Kalaw me pareció más interesante. La idea era coger un guía local e ir a hacer un triquin (treeking para los modernos) en el territorio de las tribus que viven por los alrededores.

Al volver del tour por el lago, en otro arrebato burgués, y en vistas de que el tiempo no me sobraba, cogí un taxi y para allá que me marché. En Kalaw fui a parar a una pensión regentada por una familia india (en Birmania hay montones de indios) que también organizaban triqins. A la mañana siguiente conocí a Robin, mi guía, el hermano de la patrona, un indio de unos 50 años con turbante y todo. El tipo, muy majo, hablaba ingles de puta madre porque había estudiado en el colegio de los misioneros. Su abuelo vino con el ejército británico y se quedó a vivir.

Robin me estuvo explicando las cosas que podíamos hacer con los dos días que tenía, los sitios posibles, bla bla. Cuando teníamos itinerario se puso a repasar mi equipo:

-Tienes botiquín?

-Si

-Tienes repelente para insectos?

-Si

-Tienes linterna?

-Claro

-Tienes otro calzado, verdad?

-Ummmmmm. No

Allí estaba yo con cara de gilipollas. En un arrebato de imbecilidad, el día que hice las maletas decidí que "para que quiero yo las botas de monte en un país tropical!?" (por supuesto la guía me la leí en el avión y no tenía ni idea de dónde iba a ir dentro de Birmania). Pues sí, además de las sandalias me había traído unas zapatillitas de mariquita discotequero de suelas finisimas y sin dibujo.

-Lleva semanas lloviendo y los caminos están embarrados, quizá es mejor que no crucemos por los caminos de la selva...

-Yo quiero ir a la selva. No será para tanto. (segundo arrebato de imbecilidad insensata y exceso de confianza en mis pies).

-Bueno, ya veremos...

-Venga, vamos pa'ya!

Y así, con mis zapatillinas y la moral alta salimos andando de Kalaw. Cuando nos empezamos a alejar del pueblo aparecieron los primeros charcos y barrizales en el camino. El suelo por allí es rojo, arcilloso, del que cuanto se moja se vuelve una pista de patinaje. Al principio fue fácil esquivarlos, dar un rodeo, un saltito, otro saltito, ops! Y fuera. Que exagerao el Robin! No era para tanto! Bien, al cabo de un rato llegamos a la jungla y la cosa se puso divertida. Cada poco nos encontrábamos con un tramo del camino completamente embarrado. Robin iba delante intentando encontrar puntos un poco más duros o pasando por los bordes. Detrás iba yo, patinando. Andar sin poder controlar donde van tus pies es muy cabreante. Era como escalar un iceberg calzando patines. Yo decidía que en el siguiente paso mi pie iba a acabar AHÍ, pero no, se me iba el apoyo y acababa ALLÁ, medio hundido, entonces perdía el equilibrio y para no caerme cambiaba el otro pié, se escurría y acababa aún más allá, clavado hasta el tobillo. PUTAS SUELAS!!! Ala! a desenterrarme procurando que la zapatilla no se quede dentro. Vuelta a empezar. Patinazo con la izquierda, patizazo con la derecha, escurrida y otra vez en medio del barro. Ahhhhhhhh!!! Y así 200 metros, luego seco 100 metros y luego 100 metros de barro. No podía dejar de pensar en mis maravillosas botas de monte que estaban tomando el sol al lado de mi cama en Pekín!

Quitando el detalle del barro, el paisaje no estaba nada mal. Ese cacho de selva cerca de Kalaw está protegido desde la época de los británicos. La vegetación era impresionante: árboles enormes retorcidos, lianas colgando desde arriba y matojos creciendo por todas partes desde el suelo. El camino, a pesar de embarrado, estaba bien claro y era imposible perderse. Al cabo de un rato nos cruzamos con un par de leñadores furtivos, cargados con machetes y una sierra enorme, que iban a talar algún árbol. Al parecer la protección del bosque no la controla nadie. Después de la selva vinieron plantaciones de te, campos de cultivo, pinares, barro, mucho barro y finalmente, en la cima de una montaña, la casa donde pasaríamos la noche. Como en teoría íbamos a ir a ver tribus yo pensaba que dormiríamos con la gente de la tribu pero no, la casa aquella era de una familia nepalí. Como en el caso de Robin, el abuelo, un soldado gurka, había venido con los ingleses y se había asentado allí. Robin me explico que no todas las tribus quieren meter gente extraña a dormir en sus casas y que muchas tampoco tienen ni siquiera un mínimo de higiene y se cogen pulgas y piojos. Al parecer, en esa zona, eso era lo mejor que había y me lo creí. Desde luego lo que no tenía desperdicio de aquel sitio era la vista desde la cima. Impresionante.

Habíamos andado muchísimo pero aún era temprano así que después de un almuerzo nepalés seguimos andando para visitar alguna de las tribus de los alrededores.

Si los barrizales de la mañana eran una plasta infame los de los cerca de los poblados eran como una mouse de chocolate impracticable. Consistencia cero. Los rebaños de vacas que pasan por ahí habían revuelto la plasta hasta convertirla en algo totalmente informe. A esas alturas mis zapatillas eran una especie de enormes croquetas marrones y lo mismo daba 8 que 80! Cuando estábamos llegando al poblado empezó a diluviar, como todos los días. Nos dio justo tiempo a llegar a la casa comunal, lo más representativo de esa tribu. Además de casas normales ese poblado tenía una casa muy larga donde vivían siete familias juntas. Un par de señoras nos invitaron a pasar, a sentarnos, a tomar té y al rato me intentaron vender artesanía. Como me parecía contraproducente que asociaran extranjeros con hacer negocios les dije que no y para hacer la gracia le di unos caramelos a los chavales que pululaban por allí. Error. Empezaron a salir críos de todas partes y no me dejaron en paz hasta que me quedé sin caramelos. Cuando se calmo la cosa me toco hacer de médico. Una señora me trajo a su hija que llevaba un par de días con fiebre. Después de preguntarle lo lógico: algo infectado? Diarrea? Algún otro sintoma? Le cedí la mitad de mi provisión de aspirinas para que por lo menos se le quitara la fiebre. Cuando se acabaron de usar mis "dudosos" conocimientos, por fin me pude enterar de algunas cosas de la tribu y de la vida de esa gente: de los siete hijos de una señora con un solo diente, de las 8 vacas del otro, del chaval que se iba a meter a monje, de que no se podían casar con los de la tribu de al lado, de que habían dejado de tejer el tejido tradicional para la cabeza porque las toallas chinas eran mucho más baratas... cosas así.

Se estaba haciendo tarde y teníamos que subir otra vez al pico con el barro recién mojado. Ole! Me toco comer la cena solo. Por mucho que insistí se negaron a sentarse con migo. Etiqueta birmana. La sobremesa fue muy interesante. Allí, en el pico de un monte, donde nadie podía escuchar, por primera vez oí a alguien hablando del gobierno abiertamente. Muchas cosas me recordaban a las historias que he oído sobre los tiempos de Franco. El ejercito está en todas partes y el gobierno tiene chivatos hasta en las aldeas de las tribus. El gobierno solo le gusta a los que viven a su sombra pero nadie se queja. El que disiente desaparece. Al parecer el clero budista, que tienen un poder enorme, tampoco dice ni mu porque el gobierno los unta con muy buenas donaciones. Así, agrandando monasterios, los generales se ganan de paso el perdón por todo el mal que están haciendo y evitan reencarnarse en forma de cucaracha de cloaca. En fin! Lo único que se me ocurría decirles para subirles la moral es que en España se acabó, en Sudamérica se acabó y que allí no durará para siempre. Ojalá!

La noche la pase en una especie de tarima de madera en una especie de "habitación" con el suelo de tierra. Después de lo que había andado me pareció una cama estupenda.

A la mañana siguiente salió el sol, los caminos empezaron a mejorar y seguimos triqueando. Pasamos por varios poblados de tribus distintas. En uno de ellos, en la casa de un conocido de Robin, se repitió la historia del día de antes. Cuando llevábamos un rato allí apareció una madre con un crío que se había clavado un clavo en el pie el día de antes. Llevaba el pie descalzo y andaba tal cual. Milagrosamente el agujero no se la había infectado. Se lo lavé, desinfecté, tapé, le dejé tiritas y yodo de repuesto y le explique a la señora que mejor que no andase sobre el barro durante unos días!!. Desde mi perspectiva de español me parece increíble que la gente no sepa que la suciedad y las heridas se llevan mal! Luego vino el jefe del poblado que tenía cagalera. Tiene fiebre? Sangre? No. Pues tómese unos fortasecs y verá que bien. Todos tan contentos y yo empezando a coger complejo de ONG. Seguimos camino. Más monte, más paisajes, más campos de un verde increíble... y cuando casi era de noche llegamos de vuelta a Kalaw.

En menos de 2 días habíamos andado más de 35 km por unos caminos infernales. Mis zapatillitas ya no tenían forma y eran de un color marrón homogéneo. Esa noche me di la mejor ducha de mi vida, me fuy al mejor restaurante del lugar y me pegue un homenaje. Después por supuesto, a las 8 a la cama. El día siguiente fue día perdido porque llegar a la capital en autobús son muuuuuchas horas. Por la mañana estuve pateando un poco Kalaw y por la tarde me monté en otro infierno sobre ruedas camino a Rangoon, ultíma parada.

No he estado nunca en la Habana pero me da que tienen que parecerse a Rangoon. El centro esta lleno de casas coloniales decrepitas pintadas de unos colores pastel que se están cayendo a cachos y donde vive gente que nada tiene que ver con los ricos que vivieron en su día. Solo tenía un día para ver la capital y lo dediqué a lo que más me gusta: dar vueltas al azar y ver qué encuentro. El único monumento que hice el esfuerzo de visitar fue la Sule Paya. A esas alturas de viaje había visto sin buscarlas por lo menos un millon de payas (pagodas) pero aun así Sule me pareció increíble. La estupa dorada es enorme y está encima de una colina rodeada por todas partes de otras estupitas mas pequeñas. Fue una buena guinda para un viaje corto, apresurado pero fantástico. Me he ido de Birmania encantado con el país y con la gente y muy asqueado con su gobierno. Espero poder volver un día de estos.

Y, finalmente, FIN